miércoles, 11 de enero de 2012

Desmochilada por Panamá


5-1-2012

Tras un largo abandono de este blog, y todavía a falta de actualizar mi último viaje a la India y mi experiencia el pasado verano como guía de safaris en Kenia y Tanzania (que a esta altura lo veo más que improbable), retomo el arte de las letras para intentar contaros un poco el día a día de mi actual periplo por tierras de Rubén Blades, Panamá.

Tengo que puntualizar que el viaje empezó un poco torcido, pero aplicando eso de” sarna con gusto no pica”, a cinco días de haber dejado España, me siento más que afortunada. 

Explico el por qué. Salí de Málaga en el ave dirección Madrid sólo para llegar a la T4 y, en cierta forma, forzar un overbooking. Eso ocurre cuando la línea aérea ha vendido más plazas de las que tiene el avión y sobran pasajeros, a los cuales indemnizan económicamente y reubican en el próximo vuelo que salga al destino deseado. Todo eso se tradujo en: hotel gratis; comida, cena y desayuno gratis; transfer aeropuerto –hotel-aeropuerto gratis; indemnización de 600 euros, y  un vuelo a Panamá vía Caracas al día siguiente. Entiendo que puede ser  una puñeta para alguien que tiene que volar por cualquier tema que no sea un viaje de placer, pero para mí, que aún no había consumido ni uno de mis 30 días en Panamá, me salió la jugada redonda. Mientras tanto, para pasar el rato, me di una vueltecita por el museo del  Prado, que siempre viene bien eso de culturizarse.

Como si del día de la marmota se tratara, al día siguiente volví a colgarme la mochila para finalmente coger el avión con destino Panamá, y volviendo a eso de la sarna con gusto, de nuevo, otro agraciado incidente. Mis  gafas de sol graduadas que uso para viajar, que ya tienen más de cinco año y están más ralladas que un disco, estaban muy abiertas , así que entre a una óptica para que me las calentaran y cerraran un poco con la “mala suerte” de que las partieron. El apuro de la dependienta se tradujo en unas gafas de sol nuevas y un kit de lentes de contacto como compensación (me hubieran graduado los cristales si hubiera dado tiempo, pero no fue el caso). En cualquier caso, salí ganando de nuevo. A punto estuve en el aeropuerto de comprar un billete de El Niño, porque tengo la seguridad de que algún pellizco me hubiera caído.

Una breve escala en el caótico aeropuerto de Caracas (donde hay wifi gratis, hecho que me sorprendió mucho)  y de nuevo de vuelta a otro avión con destino final Panamá. Digo caótico, porque a  pesar de que no es muy grande, en el espacio de una media hora, nos cambiaron de puerta de embarque tres veces. Tal fue la descoordinación que yo opté por pegarme a la tripulación que andaba dando tantas vueltas como yo, pero así seguro que no se me escapaba el vuelo.  Y claro, ellos se reían conmigo y de mí….

La vista nocturna desde el avión a la llegada a Panamá no hizo más que arrancarme una carcajada que no supo interpretar muy bien la señora que estaba sentada en el asiento contiguo. Tal era la cantidad de barcos,  súper barcos, mega barcos, esperando a cruzar el canal  y dispuestos en todas las direcciones que mi imaginación de repente trazo una cuadrícula y me puse a jugar al “hundir el barco”. Todavía hoy me acuerdo y sonrío.

Pero no todo podía salir tan bien. Si la tripulación del vuelo de Copa Airlines no tenía claro en que puerta embarcaban, imagínense los maleteros con mi mochila (o por lo menos, eso creía yo).
Obviamente, mi mochila se quedó en algún rincón del mundo de los calcetines impares, porque por la cinta no salió. Venga papeleo y número de contacto.”¿Dirección en Panamá?” –“Señorita, no tengo ni dirección en España. Mejor ya me desespero yo llamándoles a ustedes”. (Premonitoria mi sentencia desde luego) .Y así quedó la cosa.

Sorprendentemente , y para gran tranquilidad de mi espíritu, el transfer del hostal Mamallena que tenía contratado seguía esperando mi salida una hora más tarde pese al aviso a la hora de la contratación de que solo esperaba unos 40 minutos después de aterrizado el vuelo. No me quedó nada más que dormir con la esperanza de que al día siguiente apareciera mi mochila y me pudiera colocar en los pies mis queridas chanclas.

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